Narcotráfico y delincuencia al suroeste, potencia tecnológica al norte
Al grito de “¡Por una Ruana libre!”, los vecinos de ese pueblo del suroeste
de México se han levantado en armas contra la tiranía de un cartel de
narcotraficantes, los Caballeros Templarios. Los vecinos están hartos de las
extorsiones, de las multas y de que les paguen mal las cosechas de limones. Como
escarmiento, los Templarios, haciendo honor a su nombre, han sometido a La Ruana
a un asedio medieval que los tiene desabastecidos.
Claro que luego hay una segunda derivada, y resulta que es posible que la
rebelión ruanesa esté instigada por otro cartel, que pretende desbancar a los
Templarios en el control de esta región del Estado de Michoacán, donde se
cultiva con profusión la marihuana. La narrativa pintoresca termina aquí. Luego
vienen la violencia, los asesinatos y el subdesarrollo.
¿Y las autoridades? Bien, gracias. El omnipotente Estado mexicano, con todos
sus símbolos, está ausente de la Tierra Caliente michoacana, como está ausente
del vecino Guerrero y sus plantaciones de amapola, o del norteño Tamaulipas, y
de tantas otras regiones donde ahora emergen los grupos de autodefensa.
Lo que sucede en La Ruana es apenas el brote de una infección que no ha
dejado de crecer. En los últimos 20 años, el narcotráfico se ha infiltrado en
las instituciones, el tejido social y la economía de muchos rincones del país.
Reemplazando al Estado, confundiéndose con él. El anterior presidente, Felipe
Calderón, pateó el tablero. Ante una policía inoperante y corrupta, echó mano
del Ejército.
El reacomodo de las piezas está siendo sangriento. Su sucesor, Enrique Peña Nieto, no quiere volver tampoco al modus vivendi con el crimen organizado. Y mientras monta una gendarmería nacional, manda a Michoacán a un general de división.
El reacomodo de las piezas está siendo sangriento. Su sucesor, Enrique Peña Nieto, no quiere volver tampoco al modus vivendi con el crimen organizado. Y mientras monta una gendarmería nacional, manda a Michoacán a un general de división.
El horizonte, entre tanto, se despeja en el norte. En Nuevo León, en Baja
California. Y la ciudad de Tijuana, antiguo bastión del cartel de los Arellano
Félix, atrae hoy a la industria tecnológica del otro lado de la frontera con
Estados Unidos. Tijuana simboliza el otro México: la primera potencia industrial
de América Latina, que planta cara a Brasil y reta a China. El país efervescente
y abierto al mundo. Parece claro que sí se puede.
El País.
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