Vamos a hablar del amor y de la pareja desde una óptica que puede hacernos la
vida más fácil. Por ejemplo, que como todos los animales, los humanos tuvimos
que encontrar los mecanismos evolutivos de perpetuarnos como especie y que el
enamoramiento es una de las formas que tenemos para hacerlo. Este no es más ni
menos que un proceso bioquímico que se inicia en el cerebro y que, tras la
secreción de neurotransmisores, activa glándulas y respuestas fisiológicas con
la finalidad de que acabemos apareándonos.
Es el instinto de
reproducirnos lo que nos hace sentir la pasión del amor. Eso está claro y
estudiado. Lo que aún no ha respondido a cabalidad la ciencia es por qué algunas
personas, y no otras, nos provocan ese vendaval que nos lleva al borde esa cuasi
locura llamada enamoramiento. Lo que sí se ha detectado es que, al parecer, uno
construye moldes de circuitos cerebrales que determinan que una persona, y no
otra, desencadene el enamoramiento.
Estamos usando la palabra adecuada:
enamoramiento. No amor. Este proceso conlleva la producción de feniletilamina
(FEA), una anfetamina propia del cuerpo, que a su vez activa la secreción de
dopamina (un neurotransmisor que genera el deseo y la ternura y nos lleva a
repetir lo que nos da placer), la que aumenta durante el enamoramiento en siete
mil veces su cantidad, y de oxitocina, una hormona que libera nuestro cerebro
después del orgasmo y durante el parto, responsable de la fuerte vinculación
emocional que se produce en esos dos momentos. También se gatillan las
fenilananinas, portadoras del entusiasmo, lo que en conjunto genera en el ser
humano un estado que bloquea toda lógica y razón. La combinación de todas estas
sustancias explica, por ejemplo, por qué se puede hacer el amor noches enteras
sin sensación hambre, sueño o cansancio. Y el surgimiento de frases como “te amo
con locura” y sensaciones como la de necesitar al amado como a una droga…
También explica que se hable de que “el amor es ciego”: en la etapa de
enamoramiento, la visión del ser amado activa ciertas zonas del cerebro que
producen euforia y desactiva las áreas encargadas de realizar juicios o
valoraciones.
El punto es que este estado no es amor. Es enamoramiento.
Y tiene fecha de vencimiento. La feniletilamina, y el cóctel arrebatador que
gatilla, no puede durar mucho tiempo porque nos mataría; por ello, sus efectos
empiezan a desaparecer de a poco, entre los seis y 48 meses de relación. Y
empezamos a caer en la dura realidad. Aquella que nos lleva muchas veces a
pensar que “se murió el amor”. Pero justamente, es el amor el que nace a partir
de este momento. Pasamos del enamoramiento demandante, “del hechizo fisiológico
que nos nubla la razón y nos vuelve adictos al objeto de nuestro deseo", como
dice el psicólogo Walter Riso, a un amor más tranquilo, seguro, cómodo que está
asociado a otro tipo de sustancias generadas también por el cuerpo: las
endorfinas. De estructura similar a la morfina, éstas permiten el inicio de la
etapa del apego.
En ésta fase hay que trabajar el vínculo para que
resista a la muerte de la química y perdure. Para ello hay que comunicarse con
la pareja de modo de ir reformulando la relación y convertirla en una
convivencia constructiva, honesta, respetuosa, sana, tierna, auténtica. Y
duradera.
Recordemos que en la fase del enamoramiento, debido a la
“ceguera”, hemos visto en nuestra pareja lo que queríamos ver. O peor aún: lo
que hemos inventado, una situación de mal pronóstico porque habla que no hay
terreno fértil para pasar de la fase de la pasión a la del amor. Si en la fase
de enamoramiento, donde tendemos a distorsionar la realidad, tomamos decisiones
trascendentales como casarnos, las cosas obviamente se complican al finalizar la
fase de la química embriagadora.
Pero podemos enfrentar de mejor forma
el fin del enamoramiento y el camino al temido “desamor”, si entendemos lo que
implica amar. A juicio de Walter Riso "queremos cuando sentimos un vacío y una
carencia que creemos que el otro debe llenar con su amor; amamos cuando
experimentamos abundancia y plenitud en nuestro interior, convirtiéndonos en
cómplices del bienestar de nuestra pareja".
La clave para evitar, al
cabo de 2 o 4 años, el encuentro con el “cadáver” de un gran amor es construir
una relación donde cada integrante de la pareja sea responsable de ser feliz por
sí mismo y no creer que el otro es la fuente de la felicidad. Una relación que
retroalimentemos, que no dejemos a merced de la rutina y la dependencia
emocional; una relación que reguemos a diario como una plantita que está viva y
debe cambiar sus hojas. Podremos quizás sobrevivir a la muerte súbita del
enamoramiento cuando comprendamos que el amor no existe fuera de nosotros sino
que es parte nuestra y de la vida, cuando tengamos un mundo propio, opciones y
una razón para vivir y no convertir a la pareja en el sentido de la vida. Cuando
nos percatemos que el mito de la “media naranja” es sólo eso, un mito, y que el
amor se construye entre dos personas enteras y no cortadas por la mitad. Y
claramente cuando nos demos la distancia para que cada uno sea lo que quiere y
puede ser, creciendo y evolucionando libremente.
No salvaremos al
enamoramiento de morir si optamos por vivir la sensación de vértigo y placer que
da un nuevo amor. Pero debemos recordar que al cabo de 6 meses, o de 2 años, o
de 4 años, este amor también estará agonizando si no hemos aprendido la
diferencia entre amar con locura y amar con cordura...
Fuente:Emol