Acto en recuerdo de Óscar Romero, arzobispo salvadoreño asesinado en 1980
El recordatorio de los 50 años del Concilio Vaticano II también es momento de
reflexión en Latinoamérica, donde más fieles tiene la Iglesia católica,
pero donde también avanzan otras confesiones cristianas, creencias posmodernas y
el agnosticismo. Así como el concilio iniciado por Juan XXIII supuso en Europa
el inicio del diálogo del catolicismo con el “mundo moderno”, en América Latina
significó el comienzo del diálogo con el “mundo de los pobres”, según Pedro
Ribeiro de Oliveira, sociólogo y profesor en la maestría en Ciencias de la
Religión de la Universidad Católica de Minas Gerais (Brasil). “Pero en estos 50
años esa opción ha ido perdiendo fuerza. Los miembros de la Iglesia no se
sienten más comprometidos y la jerarquía tiene más preocupación por sumar fieles
que por el diálogo con los pobres”, advierte Ribeiro.
Al finalizar el Concilio Vaticano II (1962-1965), los obispos
latinoamericanos manifestaron esa opción por los pobres en la Conferencia
General del Episcopado regional en Medellín en 1968. A partir de entonces
cobraron mucha fuerza la teología de la liberación, las comunidades eclesiales
de base (CEB), formadas por laicos, la lectura popular de la Biblia, el
compromiso cristiano contra las estructuras sociales consideradas injustas, los
religiosos defensores de los pobres y los numerosos mártires de las dictaduras
militares y de poderosos intereses económicos, aunque ninguno de ellos ha sido
hasta ahora canonizado por Roma.
Con el papado de Juan Pablo II (1978-2005), con Joseph Ratzinger (actual
Benedicto XVI) a cargo de la Congregación de la Doctrina de la Fe (ex Tribunal
de la Santa Inquisición), comenzó un “franco proceso de involución eclesial, de
invierno en la Iglesia, de noche oscura”, opina el teólogo y profesor de la
Universidad Católica de Curitiba (Brasil) Agenor Brighenti.
Fueron los tiempos en que Ratzinger tachó de marxista a parte de la teología
de la liberación, que dejó de enseñarse a los seminaristas, y en los que los
obispos vertieron sospechas y críticas hacia las CEB por su supuesta
politización, recuerda Pablo Richard, sacerdote y teólogo chileno que da clases
en la Universidad Nacional de Costa Rica. Pero la minoría católica que aún
mantiene viva esa fe referida a los pueblos crucificados y a la Iglesia
construida desde la base no se mortifica por su situación actual. “La liberación
es un ideal, no de los vencedores, sino de los vencidos, un movimiento de
resistencia al exilio”, comenta Brighenti.
Este movimiento renovador de la Iglesia latinoamericana tampoco fue en su
momento algo mayoritario. “Hay que desmitificar la imagen que en muchos lugares
se ha tenido de la Iglesia latinoamericana de los años setenta y ochenta”,
advierte el jesuita español Víctor Codina, profesor emérito de la Universidad
Católica Boliviana de Cochabamba. “Ni las comunidades de base florecieron en
todas las diócesis, ni todos los obispos fueron como Hélder Cámara, [Óscar]
Romero, [Enrique] Angelelli o [Pere] Casaldáliga, ni la teología de la
liberación se enseñaba en todos los seminarios y facultades de Teología. Este
movimiento liberador fue significativo, pero minoritario”, expone Codina.
Pese a todo, el teólogo jesuita considera que la Iglesia latinoamericana
avanza “entre luces y sombras”. Por ejemplo, en la reunión regional de obispos
de Aparecida (Brasil) en 2007, los prelados abogaron por la opción por los
pobres, la renovación litúrgica, bíblica y pastoral, pero Codina también detecta
“intentos de volver a una Iglesia anterior al Vaticano II, cierto debilitamiento
de la vida cristiana, falta de clero, pérdida del sentido de trascendencia y
abandono de la Iglesia para adherirse a otras confesiones religiosas”. El
sacerdote español argumenta que estos movimientos contradictorios no son ajenos
a los cambios sociales, políticos y económicos que están viviendo Latinoamérica
y el mundo en general.
Ribeiro, Brighenti y Codina destacan que la corriente “liberadora” de la
Iglesia latinoamericana sigue vigente y como prueba de ello citan el reciente
congreso continental de teología, en Brasil, con la presencia de muchas mujeres,
jóvenes y 30 obispos. “La Iglesia liberadora de América Latina está viva, pero
es brasa bajo cenizas”, opina Brighenti.
“Nuestra opción no es solo por la supervivencia de la Iglesia, sino por la de
los pobres que necesitan de la Iglesia para sobrevivir”, propuso Richard. “No
nos interesa una Iglesia que necesita del poder y del dinero para sobrevivir”,
concluyó el sacerdote, que se exilió de Chile tras el golpe militar de Augusto
Pinochet en 1973.
Fuente:El País
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